La Perla de York |
Sin embargo, una amiga que llegó desde Barcelona a residir con su familia de padre ingeniero y que habría acudido a algún colegio de los de allá, tenía en su estantería un libro, bien anticuado de encuadernación, que me puse a hojear, y ella me dijo que se lo habían proporcionado sus anteriores monjas, y quedé prendada del horror.
Fue la refulgencia que les dio señal de que la niña había muerto por amor a Jesús; y mi dilema era qué haría si me salían al paso unos infieles como esos, que más que una duda era una disyuntiva, porque tenía claro que haría, pero entonces dónde quedaría mi camino hacia el reconocimiento por algo meritorio y de tamaño abultado que hubiera hecho.
Casualmente he visto ahora que era práctica común en el siglo XVI la dispersión del cadáver, de los católicos perseguidos por la iglesia de Inglaterra, si los pillaban, claro, después de rebanarles los miembros, aunque a Santa Margarita Clitherow le aplicaron la modalidad de extenderla viva sobre una roca puntiaguda, adosándole al cuerpo una puerta y sobre esta cargando pedruscos y más pedruscos hasta que muriera por compresión. Total, por acoger en su casa a unos sacerdotes católicos, obtuvo ese justo juicio por la ley de York, la hija de un candelero que hacia sus dieciocho años se había convertido a la iglesia de Roma, de la que un poco antes, dentro del mismo siglo, se había desligado Enrique VIII, arrastrando por supuesto con él a todo su pueblo; y ahí terminó la vida de carne y hueso para la recordada Perla de York, por cierto, nacida de apellido Middleton, como la actual admirada Kate, Duquesa de Cambridge, la que precisamente esta semana ha alumbrado a un futuro probable monarca, si es que para entonces continúa la devoción o el sentimiento utilitario de los británicos hacia su realeza.
Y volviendo a las escenas bien propias de cine gore o de terror, bien sabido que los católicos a su vez usaron las más creativas y dolorosas técnicas de suplicio contra sus enemigos, y es que ese es el inconveniente que tienen las iglesias cuando están sin domesticar y en pleno ataque virulento de su fe expansionadora.
Gracias que con el tiempo algunas se han ido ablandando, al menos por mis lares culturales, plegándose a los deseos y necesidades más humanas y espirituales de sus fieles como método para conservar o hacer crecer la parroquia.
* Franco gobernaba entonces en España y hacía respetar los ritmos de la iglesia oficial del régimen
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