Fundació Antoni Tàpies |
El veinticuatro llegó Damián, el hijo mayor de mi marido, con su ex mujer y su hija adolescente para celebrar con nosotros las navidades. A la comida del veinticinco también se sumaron dos amigos de nuestros hijos, de nuestro mismo pueblo y que no han viajado a España para las fiestas. Tuvimos todo el salón para nosotros porque Seweryn y Monika se fueron a celebrarlo a casa de unos amigos. Algo más apretujados pero igual de cómodos subiésemos estado con ellos.
Estas navidades tenemos la vivienda engalanada como no la teníamos en casa. Allí se me daba bien cocinar, pero nunca encontraba el momento de colocar los espumillones; lo hacía por los niños cuando eran pequeños, pero en cuanto resoplaron por pedirles que sacaran el abeto del trastero se acabó la decoración navideña. El recurso de última hora siempre fue un tubo de manguera transparente con lucecitas intermitentes dentro que colgábamos del techo sin ningún miramiento, tal cual una serpentina enrollada que se daba un aire a la escultura que el artista Antoni Tàpies tiene instalada en la fachada de su fundación en el carrer Aragó de Barcelona.
Este año tenemos un árbol grande y repleto de bolas en el salón y otro pequeño con lucecitas blancas en el patio delantero de la casa, un pesebre en un estante, tarjetas de felicitación colgadas de la pared y una flor de Pascua sobre la mesa auxiliar. Monika y Seweryn se pasaron un fin de semana entero preparando todo eso y otros dos días cocinando seis de los doce platos que por tradición se comen en Polonia en estas fechas.
Entre mi marido y nuestros hijos no tenemos por costumbre regalarnos nada para navidad, pero este año que íbamos a estar acompañados me dio un poco de pena que no tuviéramos paquetes que desenvolver y compré a última hora en el supermercado una chuchería para cada uno. Siguiendo la tradición anglosajona las coloqué a los pies del árbol bien envueltas y con los correpondientes nombres. Simón tuvo la misma idea y los paquetes se multiplicaron por dos; los suyos sí fueron buenos y acertados detalles.
En el trabajo Victoria me tomó por sorpresa obsequiándome un cuenco de porcelana con bombones de pistacho que había hecho ella misma en la cocina de su casa, se lo agradecí mucho.
En el trabajo Victoria me tomó por sorpresa obsequiándome un cuenco de porcelana con bombones de pistacho que había hecho ella misma en la cocina de su casa, se lo agradecí mucho.
Por mi parte le regalé a Daniel, el chico de Bulgaria con el que comparto las tareas, una novela de mi marido traducida al búlgaro y recién salida de la imprenta. No era un obsequio de navidad porque se la venía prometiendo y la llevaba en la mochila desde hacía días para dársela, pero coincidió. Se la dediqué y todo, que por algo soy la mujer del autor. Le dije que no la tire, que a lo mejor algún día puede sacarse un dinerillo con ella.
Sewerin y Monica se nos presentaron el veinticuatro con una funda nórdica para nuestra cama y otra para la de Simón. Estos chicos se merecen toda una pata de jamón ibérico.
Esa es la parte mala de los regalos, que entras en una rueda de la que se hace difícil salir. Mira por donde ya tenemos en Inglaterra un compromiso social.
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