viernes, 18 de mayo de 2012

Casa embrujada

Pastéis  de Belém
Estoy en las últimas de Cambridge.
Si no me planteo volver a España es porque todavía espero que algo mágico me suceda que arregle la situación.
Además, regresar a una casa rota, a incordiar a un  hijo y buscar un empleo dónde no los hay me parece como la respuesta ingeniosa al acertijo de cuál sería el colmo de los colmos del sueño incumplido.


Cuando estuvimos con Berta Canals, tanto en la primera como en la segunda ocasión, en el momento de la despedida me dijo: "Y tú, a volverte ahora mismo".
Ella habrá creído que yo en Cambridge lo estaba pasando fatal, máxime cuando le conté la última de mis aventuras, que me había ido a los servicios sociales a pedir ayuda y me la habían denegado.
Si hubiera leído estas páginas, Berta hubiese podido saber que en realidad me divierto bastante, pero las habrá ojeado por encima y se acabó.
Así me lo hizo saber : "Pero vamos, esas páginas que me imprimieron.... la mujer del escritor pretendiendo ser escritora, además por internet; eso es un disparate...", mientras hacía un gesto como de espantar moscas, "...ahí mismo lo hubiera dejado; lo que pasa es que lo vi a él, y claro, eso ya era para considerarlo...".
A mi me daba igual lo que estuviera diciendo, yo estaba como si me hubiera tomado un ácido, y si le daba pista a mi marido, lo demás podía tranquilamente echarse a dormir la siesta.

                                                
En España me había hartado de llevar años y años removiendo la tierra del jardín en la autosugestión de que el día que amaneciera verde la suerte literaria de mi marido empezaría a cambiar.
¡Quiero irme! ¡quiero irme!, le exclamaba yo a él en los últimos tiempos mientras me afanaba en el inglés ante el ordenador.
En estas que el portón de calle se vino abajo. Tuvimos que mandar a reconstruir las pilastras de sujeción. Tras años viéndolas caer, me relamía de lo bonitas que estaban quedando en tanto les daba la última capa de pintura. Pero llegó una ventolera que en esa mismísima noche se llevó por delante parte de la obra, más toda una hilera de cipreses altísimos.
Otra vez tuvo que venir Diego, nuestro salvador ecuatoriano que sabía hacer de todo.
Entonces decidimos con mi marido que me iría a comienzos de primavera, tras regresar del encuentro literario al que lo habían invitado con acompañante en Portugal.
Lo pasamos entre Matosinhos, Porto y Lisboa. Para mí Portugal fue un descubrimiento enorme. Ya me había avisando él. Tan cerca y tan diferente. Estuvimos con una gente que ojalá reencontremos en alguna parte. El paisaje urbano con el Duero o el Tajo a sus pies, hermoso, igual que la costa Atlántica. Comidas muy ricas a base de pescado y unos pastelillos con el café que no podía dejar de pedir en las pastelarias. Incluso pensamos que nos gustaría Lisboa para vivir.
Viaje para no olvidar, pero de vuelta a casa... 
De vuelta a casa abrimos la puerta y nos encontramos con un palmo de agua por todos lados.
-¡Esto no puede ser!, ¡esto no puede ser!, ¡esto es un maleficio!, empecé a pegar voces.
-Pero cariño, me venía detrás mi marido diciendo, ¿acaso no te ha gustado el viaje?.
-Pues claro que sí que me ha gustado, eso qué tiene que ver.
-Si te hubiese gustado tomarías esto de otra manera...¿es posible que no lo hayas pasado tan bien?...
-¡Que sí, hombre, que sí!, pero no tengo sangre de horchata, ¡deja que me exprese!.
- Tómalo cómo la anécdota final.
-¡Anécdota!, ¡esto!; ¡mira, mira!, ¡mira que desastre!.
-Pues que quieres que te diga, para mi han sido unos días perfectos, que no merecen que te pongas de esta manera.
-Si, perfectos, pero yo ahora estaba por irme; esto es lo que pasa.

1 comentario: