Óleo Edward Hopper |
Estoy pensando que si a los del Girton College les hubiera contestado: "Sí, por favor, ténganme preparada una grúa remolcadora porque peso una tonelada" quizá entonces hubiera tenido más chance.
Porque ellos gastaron montones de letras en contarme acerca de su no discriminación y para el día de la entrevista me escribieron diciendo que, en caso de sufrir alguna incapacidad que me dificultara el acceso, les hiciera saber de mis necesidades específicas para que ellos pudieran poner a mi disposición los medios de ayuda oportunos.
Una vez, viviendo en Madrid, vi un anuncio en el diario solicitando personal femenino con nivel universitario y buen dominio hablado del idioma catalán. Cuando llegué al edificio había una cola de mujeres en la puerta que llegaba hasta la siguiente manzana. Pasé la selección y me citaron para una siguiente vez, dónde nos instalaron a unas diez de nosotras alrededor de la poderosa mesa en una sala que sería poco menos que la de reunión de ministros y entonces se apareció una mujer divina vestida con un traje que me encantó y que también me gustó su oratoria, total que ya soñaba con ese trabajo que ni sabía de qué iba.
Pues lo conseguí, pero nada más pisar la habitación dónde iba a desarrollarlo me dí cuenta de que el cuento se había acabado. Unas treinta mujeres al teléfono se amontonaban en un cuartucho sin aireación. Antes de entrar vi un vestido igual al de la fabulosa jefa en el escaparate de la tienda de la esquina, pero ella ese día no lo llevaba y estaba ojerosa, desaliñada y con mal humor en tanto le contaba a otra que venía de discutir con los de la tintorería porque le habían arruinado el susodicho traje. El trabajo era de vender bonos por teléfono a una lista de nombres que me pasaron que hubo más de cuatro que llevaban tiempo muertos.
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