Un día, como acostumbra con todos en la cocina, el atento de Chris se acercó hasta mi puesto de lavado para preguntarme que tal me encontraba en esa mañana.
-All right Chris, le contesté, contenta , contenta, como siempre, aunque ¿sabes, Chris?...
-¿Sí?...
-... en cuanto termine el verano me iré, no voy a esperar a tener otro trabajo, lo tengo absolutamente decidido, dejaré este hostel en septiembre.
Sorprendentemente mis palabras obraron un efecto mágico; ni que hubiera proferido el "ábrete Sésamo".
A los cinco minutos ya tenía adjudicado empaquetar los sesenta y cuatro sandwiches para el lunch de unos clientes, cuando ocho minutos atrás el acceso a tamaña tarea fina me estaba por completo vedado.
También de inmediato florecieron por boca de Chris un montón de palabras contándoles a los demás los recuerdos que guardaba de mi maravillosa manera de cortar vegetales y frutas, que si desde la memoria de los primeros tiempos los trajo era justamente porque hacía tantísimo que no pasaban por mi mano ensaladas y macedonias.
Y volví a salir a la superficie del restaurant, no solo con las prisas a recoger platos sucios, sino con la detención suficiente de verle la cara a la gente en el autoservicio, pudiéndoles sonreír y observar mientras les ponían la comida caliente en el plato.
Pero ahí no se detuvo la progresión.
Ahora que le he hecho saber a Chris que regreso a España, casi me entrona como reina de la restauración, tanto que Will, un chico que acaba de empezar, se habrá creído que yo pintaba bastante y me vino a pedir el visto bueno para la presentación de fuentes frías que había colocado en el aparador. Así que fui a mirar y le dije: "Beauuutiful", "hermoooso", cuando ¡válgame Dios!, vi asomar la cara de Chris por detrás de las hojas de lechuga preguntando con nariz enrojecida y sonrisa abierta y desdentada si el piropo iba dirigido a él.
De historieta cómica, vaya, igual que cuando aparatosamente me colocó delante, sobre la mesa central de acero, una tabla, su propio cuchillo supersónico cortador y un montón de kiwis para que le hiciera la demostración a Will de como cortarlos con arte y maestría.
Chris no cesa de repetirle al aire ahora que hizo cuanto estuvo en sus manos para conseguirme trabajo en la cocina a tiempo completo; tanto es así que pareciera estar tratando de convencerse a sí mismo.
¿Cómo es posible que estos ingleses no se arreglen la dentadura?, debería constar en sus reglas; regla número uno, no andarás sin un diente, así mejoraría la atención y la imagen hacia el cliente que tanto les preocupa; dónde se ha visto que un país próspero que un jefe de cocina ande tan tranquilo durante meses sin una de las dos piezas de adelante?; ¿tan caro resulta?; ¿no verá él que queda un tanto impresentable?.
A lo mejor se le fue el diente pegándole mordisco a un queso manchego de larga curación, porque a juzgar por lo que me fue diciendo debe de tener la despensa de su casa atiborrada de productos hispánicos.
Los compra en plazas especiales, según él, para la barbacoa que nos va a organizar en su jardín y que nunca llega, o se anula, o algo pasa que no se hace.
Esta vez Victoria y él me han invitado en exclusiva a su casa en Waterbeach por motivo de mi despedida.
-Tendré que preguntarle a mi marido, le dije a Chris.
-¿A tu marido?..., ¡kill him!, ¡mátalo!, me respondió tan ocurrente.
Entonces claro, cómo íbamos a cenar a su casa con esas gracias. Mira si le tiene preparada una bomba lapa adherida al asiento; y desde luego sola no pensaba ir. Así que por mi parte, decidido.
Lo más liviano que nos hubiera podido tocado es tener que embucharnos una buena ración de chorizo, quizá como guarnición de una quiche lorraine abonada en mantequilla.
Porque lo del chorizo era a diario.
- Chris, "yo - no - como - chorizo", le tenía que repetir.
- ¿Pero cómo no vas a comer chorizo, Susanna, si tu eres española?.
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