lunes, 10 de septiembre de 2012

De pronto


Llegué un día a la cocina y me encontré con la noticia.
-Me voy, Susanna, me dijo Ian.
-¿Cómo que te vas?, ¿a dónde te vas?.
-Dejo este trabajo, hablé con la directora.
-¿Cómo ha sido?.
-Me lo contó tan rápido y con su acento tan del norte que no me enteré de nada.
-Bien hecho, Ian, me alegro por ti.... Yo quería irme sin celebraciones, pero ahora que somos dos, tendremos que pensar en hacer algo...
A ver Natasha, le dije a ella que andaba por ahí, ¿estarías dispuesta a organizar otra buena fiesta de despedida?...
No creas Ian, seguí con él, me alegro por ti, pero lo que es por mí..., no sé cómo voy a resistir el mes que me queda.

¡Este hostel se queda sin gente!.
Me acordé de una ocurrencia argentina que corría de boca en boca en ese país en épocas de emigración masiva: "El último que apague la luz"
Realmente me alegró saber que Ian estaba menos habituado de lo que yo había supuesto.
Ahora recuerdo alguna ocasión en que le iba detrás tratando de que me explicara lo que para mi era incomprendible, el trato abusador y denigrante que yo veía que recibía la buena gente trabajadora en su país tan avanzado.
-¿Me entiendes Ian?, le iba diciendo.
-Pretendo no entenderte, Susanna, me respondía.

Me hubiese gustado decirle adiós y gracias, pero se escabulló.
Le pregunté si tenía Facebook y me dijo que se contactaría conmigo a través de su amistad en la red con Jessy.
¿Porqué puntualmente a través de Jessy? me extrañé.
Fui a mirar y encontré lo que suponía; ni rastro del hombre.
Imagino que pensaría que con ella chatearía más que con el resto por cuestión del español.

Antes de que Ian decidiera también marcharse, me propuso ir  a tomar un café por ahí, de despedida, él, que en la vida habrá tomado café, pero le respondí que Betty ya me había dicho de organizar algo y le había contestado que casi prefería irme como los demás que se fueron sin nada.

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