Le pregunté a Dave cuál era su sueño.
Algo así no se me ocurre preguntárselo a cualquiera, pero a él, que enseguida entramos en la confidencia de tomarnos todo a chirigota, le dije que simplemente pretendía conocer a grosso modo hacia dónde apuntaban sus aspiraciones.
Dave, que debe de tener la edad de mi hijo mayor, nació inglés en la parte griega de la isla de Chipre, en la que vivió hasta los ocho y a la que sigue regresando. También vivió en Francia y pasó tres años en Hong Kong, ahí ya sin la familia, y tras las chinas, según me contó, que le resultaron, sin poderlo generalizar, de un temperamento más duro del que había imaginado.
Pues el sueño de Dave es volver a la península del sur de China y montar un bar de copas en la ciudad de la antigua colonia.
Creo que conocí un poco mejor a Chris el día que me dijo que no me preocupara por mi futuro, que él ya lo tenía pensado. En cuanto le fuera mejor montaría una panadería y nos emplearía a Victoria y a mi. El se daba cuenta de lo mucho que nosotras valíamos y de cómo podríamos llevar su negocio adelante.
Hasta entonces todavía lo creía con un pasado aventurero, cabalgando cual Laurence de Arabia por los desiertos, pero eso era casi al principio, porque recuerdo que cuando me lo dijo, yo ni siquiera sabía de su relación de pareja con Victoria.
El último día que lo vi me lo volvió a repetir.
-Susanna, te lo digo en serio, si quieres quedarte en Inglaterra, cuenta por el momento con la habitación de invitados de nuestra casa, y si vuelve a España, estate tranquila, que cuando monte la panadería te voy a llamar.
A Betty sin embargo nunca le pregunté.
Lo máximo que ella me dijo es que algunas veces temía que las aspiraciones que bullían en su cabeza nunca llegaran a habitar más allá de sus sueños.
Ahí quedó el misterio; aunque puede que algún día me entere.
Hacerse con un dinerillo extra debe de ser un ensueño compartido casi al cien por cien por la amplia masa de humanidad planetaria; la diferencia estribará en el cuánto, para qué, cómo y demás cuestiones de matiz.
Así nos compramos un billete de lotería y ¡ala!, a soñar. Un dinero, del que tenemos, que nos abre la puerta. Mirándolo desde ese ángulo, quizá sea el mejor gastado, aún sin que toque.
¿Cómo iba a soñar sino, a lo grande o a lo pequeño, el empleado electricista que no se las vio con ánimos de ponerse por cuenta propia o espera justamente a que la suerte económica lo auxilie para iniciarse en su empresa?, ¿cómo iba a soñar el funcionario, que sabe a ciencia cierta lo máximo que cobra o cobrará?, ¿ y el taxista que si no compra el boleto deberá estar mirando en el asiento trasero a la búsqueda del tesoro olvidado para empezar a divagar?, en fin, así siguiendo...
En mi caso, con un marido escritor, eso que me ahorro. Llevo esperando toda la vida a que sus libros se vendan bien.
De todos modos, voy a hacer una confesión personal aquí, por más que a veces lo parezca, el económico no es ni mucho menos el núcleo de mi ensueño, será en todo caso una parte importante, no niego que ande por ahí flotando, grande como una mitocondria en su plasma celular, pero el motor, motor, ese quizá ni yo misma lo reconozca.
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