Ayer eché una carta al correo.
En la vida me había atrevido a tanto.
Sentí un vacío en el estómago al oírla deslizándose por el interior del buzón.
Ya está. De aquí no la saca nadie hasta mañana por la tarde, pensé. Espero que no le agarre la humedad. Se lo ve muy reforzado a este buzón británico.
Era un buzón que queda sobre Mill Road a cuatro pasos del establecimiento donde le compré el sello para Europa al pakistaní amable que me atendió como si se estuviera tratando de una transacción importante.
Me ha llegado la hora de entrar en acción.
No puedo pasar otro año narrando las lindezas del paisaje conforme van cambiando las estaciones. No puedo quedarme sentada, encantada, lustrando los escalones del hostel a la espera de la llegada del hada madrina, entre otras cosas porque correría el riesgo de ser atropellada por esa otra, la inquieta, justiciera, heroína de videojuego, que anda ahora trepando por esas mismas escaleras dispuesta a lanzarle unas ráfagas de cañonazo con su bazuca al primero que se le cruce interrumpiéndole el paso hacia adelante.
Era un buzón que queda sobre Mill Road a cuatro pasos del establecimiento donde le compré el sello para Europa al pakistaní amable que me atendió como si se estuviera tratando de una transacción importante.
Me ha llegado la hora de entrar en acción.
No puedo pasar otro año narrando las lindezas del paisaje conforme van cambiando las estaciones. No puedo quedarme sentada, encantada, lustrando los escalones del hostel a la espera de la llegada del hada madrina, entre otras cosas porque correría el riesgo de ser atropellada por esa otra, la inquieta, justiciera, heroína de videojuego, que anda ahora trepando por esas mismas escaleras dispuesta a lanzarle unas ráfagas de cañonazo con su bazuca al primero que se le cruce interrumpiéndole el paso hacia adelante.