Un abejorro gigante estaba empeñado en pasar entre las varillas metálicas de la parrilla de una lámpara de luz actínica en la cocina para ir a achicharrarse en su interior, atraído sin saberlo hacia la muerte. En caso de no lograr su propósito hubiese perecido lo mismo de agotamiento porque su frenesí lo mantenía batiendo alas y patas a un ritmo insostenible.
Rebotando contra las paredes transparentes de dos envases de nectarinas que a modo de valvas de almeja lograban aprisionarlo lo transporté hasta la calle para liberarlo en el aire del cautiverio que le había salvado la vida.El tontorrón a los diez minutos ya volvía a estar revoloteando por el comedor.
-Mira que si entras en la cocina, trataba de decirle telepáticamente, te juro que no te vuelvo a librar si te vas directo hacia esa estúpida luz violeta que justo está puesta ahí para hacerte desaparecer.
-Mira que si entras en la cocina, trataba de decirle telepáticamente, te juro que no te vuelvo a librar si te vas directo hacia esa estúpida luz violeta que justo está puesta ahí para hacerte desaparecer.
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