sábado, 16 de octubre de 2010

Experimento de la rana

Esta tarde he estado haciendo de turista por el centro con Alina, una mujer venezolana con la que compartí mesa en el aula las dos veces que pude asistir a clases de inglés en la Universidad de Anglia Ruskin. Tiene dos hijas veinteañeras que llevan tres años estudiando en Cambridge y ella está pasando cuatro meses en su casa y asistiendo a cuanto curso gratuito de inglés puede en varias escuelas locales. Vivir aquí les gusta, pero fue una elección forzada. Ella y su marido decidieron sacar a las chicas del país dada la inseguridad que allí impera, y no quieren que sus hijas regresen por más que ellas ya lo desean. Alina está reforzando su inglés por si se ven obligados a abandonar Venezuela. 
Habla de "los ricos" y de "los pobres" de allá. Chávez pretende atemorizar a los ricos para lograr que salgan del país. La policía secuestra. La policía roba. La policía mata. Si ocurre cualquier cosa no tienes a quién recurrir. Me contó lo que le pasó a una amiga de una amiga. Unos matones asaltaron a la mujer, que viajaba en un todoterreno con su hija de seis meses; ella les rogó que tomaran todo, que no le importaba, pero que, por favor, las dejaran ir. ¿Así que no te importa tu dinero?, le dijeron, pues te vamos a dar en lo que más te duela, y  le descerrajaron ahí mismo dos tiros a su niña.
Alina pensaba antes que los pobres se libraban, pero resulta que tampoco. Llega un coche a un barrio, se bajan otros matones, sacan una metralleta, lanzan unas cuantas ráfagas de forma indiscriminada, montan en el auto y se van; dejan tendidos en el suelo unos cuantos cadáveres; las madres de los muertos inocentes lloran desconsoladas ante las cámaras de televisíón; la vida sigue igual.
Los propietarios de bienes inmuebles tiemblan cuando Chávez pone su mirada sobre alguna de sus pertenencias. Expropienlo, expropienlo, esa es la palabra que él utiliza. Lo peor es que es probable que ese edificio expropiado quede luego abandonado a su suerte o que ese campo devenga al final improductivo.
Alina me cuenta todo lo anterior sin ponerle demasiada carga emotiva, como si eso que les está pasando fuera algo casi normal. Se lamenta de Chávez como podría hacerlo de un vecino que pusiera la tele a demasiado volumen. Yo no pensé que lo haría tan mal, dice, lo voté en las primeras elecciones porque prometía un cambio; lo que había antes de él tampoco era muy deseable y él en principio no estaba comprometido con ninguna ideología, propuso mandar emisarios a cada país para enterarse de qué era lo que mejor funcionaba en cada uno de ellos para aplicarlo luego a Venezuela.
Los humanos, como la rana del experimento, podemos adaptamos casi sin advertirlo a cualquier tipo de situación si esta se va instalando en nuestras vidas de un modo paulatino. Lo malo es que al final la rana muere.
Alina dice que lleva una vida de lo más normal en Caracas y no toma especiales precauciones, lo que si hace para protegerse es encomendarse a Dios cada mañana.
Experimento de la rana: Se echa una rana de golpe en un recipiente con agua casi hirviendo. La rana siente una fuerte impresión, pega un impetuoso salto, sale y se salva. Si se echa la rana en un recipiente con agua fría y lentamente se va calentando la temperatura hasta llegar al punto de ebullición, la rana no advierte el gradual cambio, no reacciona y muere hervida. 

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