Mill Road |
Llevo una semana montada en una bicicleta de lujo que ha aumentado considerablemente mi calidad de vida. Con esta máquina me siento capaz de afrontar cualquier invierno por crudo que se presente. Es una Giant que compré de segunda mano en uno de los talleres de reparación que hay en Mill Road, pero ví que no había sido casi usada. El hombre de la tienda hizo negocio esa mañana; a la vez que yo compré la mía un chico americano con un aire a lo Brad Pitt tocado con una gorra adquirió otra casi igual para regalársela a su novia; se la llevó preciosa, con una cesta de paja adelante y el mejor candado; ya estará contenta esa mujer.
Pobrecita mi otra bici; yo necesitaba tanta energía para moverla que llegaba a los lugares sudada como un pollo. Ni siquiera podía desayunar bien en casa para no tener un corte de digestión por el camino. Ya me parecía raro que de tanto en tanto una viejecita inglesa me adelantara sin esfuerzo. Ahora me tomo por la mañana un bol de avena con leche, un porritge recién hecho, y no tengo tiempo a enfriarme que ya he llegado a mi trabajo.
Eso sí, con mi vieja Universal tenía asegurado el ejercicio aeróbico diario.
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