El lunes empiezo en un nuevo trabajo. Tengo que aumentar mis ingresos económicos por otro lado ya que mi horario laboral en el Hostel se están reduciendo.
Amaneció un día perfecto, casi de verano. El Cambridge Science Park es un polígono que albergua sedes de compañias dedicadas a la investigación científica. Me levanté y me fuí hacia allí; en bici tardo diez minutos en llegar. Tenía la intención de repartir curriculums recepción por recepción en cada uno de sus preciosos edificios. La mayoría de ellos quedan medio camuflados entre una naturaleza no salvaje, llena de árboles, setos, lagunas y grandes extensiones de césped.
Llegué a uno que tenía un auténtico tanque de guerra junto a su puerta principal. Pensé que estarían rodando un anuncio publicitario o algo así, porque junto al tanque estaban estacionadas tres furgonetas con sus puertas levantadas y gente joven pululando a su alrededor. Luego me dí cuenta de que eran los empleados de la empresa, una firma dedicada a la creación de videojuegos, que estaban comprando sus sándwiches para el almuerzo en esos vehículos de venta ambulante.
En mis incursiones veía desde los vestíbulos y tras los cristales gente reunida en sesiones de trabajo, alrededor o a lo largo de las mesas, discutiendo asuntos o atendiendo explicaciones con las miradas puestas en los gráficos sobre pantallas.
En ningún lugar me necesitaban, porque tienen contratado el servicio de limpieza con compañías externas, pero me facilitaron algún teléfono.
Me acordé entonces de un edificio imponente que había visto una vez que fui a correr por ahí; ese sí se veía de lejos, parece una construcción de la Nasa. Quizás allí resolvieran la intendencia por ellos mismos.
La recepcionista era una señora de unos sesenta años, guapa, muy puesta y que atendía las llamadas con un acento y tono de voz muy british. Después de escuchar mis explicaciones cogíó el teléfono interno y le dijo a su interlocutor que tenía ante ella a una nice woman, con un nice curriculum y que bajase a la recepción para conocerme. Me sugirió que esperara sentada en unos enormes sofás de cuero situados en el centro del hall, un espacio increíble, una especie de catedral moderna, el escenario perfecto para una película de ciencia ficción. Cruzaron por ahí hombres tatuados, o pelados, con pinta de obreros; señoritas formales con taco alto y paso acelerado; mujeres y hombres, en grupo y charlando, dirigiéndose a otros lugares. Bien podría haber visto llegar por uno de esos corredores a la hermosa replicante de la película Blade Ranner. Estoy en la sede central de un holding farmaceútico.
Llegó el señor que supongo tiene a su cargo al personal de limpieza. Me obsequió con un capuchino y nos sentamos en otro mullido sofá, esta vez de la cafetería. Luego de una pequeña entrevista y de rellenar una solicitud de trabajo me aceptó como empleada. La primera semana solo serán dos horas diarias por las tardes, que podré combinar con las del hostel. Al hombre le resultó simpático me paseara por el barrio repartiendo curriculums en mano, y por supuesto que respondí que sí cuando me preguntó si soy ambiciosa. Me ha augurando una rápida ascensión laboral. Es gracioso.
Lo intrigante es que me ha llamado por teléfono a las dos horas para preguntarme si tenía conocimientos de informática, ¿servirán estos para limpiar escaleras?.
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