
La silla que antes ocupaba la chica flaca tiene saltado la mitad del skai del tapizado, dejando a la vista toda la goma-espuma del interior; la aspiradora y otros bártulos de limpieza descansan, a la vista de los clientes, en lo alto de un cúmulo de cajas desvencijadas. Mis observaciones se han visto interrumpidas por la presencia a mis costados de ambas figuras negras. Dos policías altos y fornidos se me habían acercado y me han pedido que me identificara. Querían saber de dónde había sacado los billetes. Su aspecto me ha resultado impactante y un tanto ominoso. Iban vestidos de negro y llevaban unos chalecos repletos de artilugios; solo les faltaba la metralleta para asemejarse a Rambo. Me han pedido los documentos y me han hecho un montón de preguntas. Ya me veía metida en una celda, como le sucedió al hermano de Seweryn. Con cara angelical les he contado que solo soy una inocente emigrante tratando de cambiar mis últimos dos mil euros para iniciar aquí una nueva vida. Uno de ellos ha anotado mis datos en su libreta y ha llamado por teléfono al departamento correspondiente. Se ha quedado junto a mi esperando una respuesta. Supongo que que los de la central estarían mirando si mi nombre constaba en su lista de delincuentes. Yo no sabía qué estaba pasando.
Resulta que dos días antes la policía había pasado un comunicado a todas las Post Office para que avisaran en el caso de que algún extranjero solicitara cambiar a libras dos mil euros en billetes de quinientos. Alguien había denunciado un robo por esa cantidad y los polis querían coger in fraganti al ladrón canjeando su botín.
En total he estado más de una hora retenida en dicha oficina. A mi salida el dueño del colmado se ha disculpado en español. Por supuesto que mi cifra no era millonaria, y me ha explicado, mediante un croquis en un papel, cuál había sido el problema. Con billetes de veinte no hubiese pasado absolutamente nada.
De todos modos Monika me ha explicado luego que nadie en UK anda con más de cincuenta libras en efectivo en los bolsillos. Caigo cuenta de la evidencia. He visto que en el supermercado casi todos pagan con tarjeta de débito. De veinte o de cincuenta, es lógico que les resultara sospechoso a unas empleadas de barrio mi fajo de billetes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario