domingo, 17 de octubre de 2010

Mr. Magpie y Doña Urraca

La doña Urraca de Miguel Benet
Marian me ha venido a encontrar a la salida del trabajo para ir al Cambridge University Botanic Garden. Le propuse hacer nuestras clases de intercambio idiomático de un modo más dinámico y divertido. Hoy tocaba hablar inglés. Su acento me parece muy bueno, aunque me resulte complicado imitarla. Se ha encontrado allí con una médica conocida suya del hospital acompañada por su padre, marido e hijos. La semana pasada caminando por la Reserva Natural de la orilla oeste del río Cam nos cruzamos con una pareja de doctores también compañeros suyos que se pararon a charlar. Es un priviligio ser partícipe de  estos encuentros casuales entre conocidos autóctonos.
Aunque en nuestro encuentro anterior hablamos todo el tiempo en español, me llevé a casa una bonita lección de inglés.
Conforme íbamos andando se detuvo ante nosotras una hermosa urraca y Marian, en una reacción instintiva, profirió estas palabras: "Good Morning Mr. Magpie. How are you and your family?", "Buenos dias Doña Urraca ¿Cómo está usted y su familia?". Me explicó entre risas que la presencia de un Magpie solitario es signo de mal agüero y la frase servía para inactivar lo desagradable que estuviera por llegar.
Le pedí que me escribiera en un papel el nombre del pájaro y la frase redentora. Le daba vergüenza y me decía que solo se trataba de una tontería de antaño.
Me pregunto porqué un pájaro tan bonito levanta supersticiones en cada país. Puede que al tratarse de un ave de alimentación omnívora, que no le hace ascos a ningún tipo de alimento, se la viera a menudo en el pasado sobre parajes de muerte y descomposición.
De niña pasaba temporadas en el campo con mi familia, viviendo en una masía no lejos de mi pueblo. Ahí veía yo a las urracas, les garses, en catalán, bajo la misma mirada desconfiada de los payeses, que no les tenían gran estima por los daños que causaban en los sembrados.
Además sabía que esas aves estaban al acecho de cualquier metal brillante que alcanzaran a ver y temía que me arrebatasen en un momento de descuido alguno de mis anillos. Había leído Las Joyas de la Castafiore, en Las aventuras de Tintín, y yo era una niña muy presumida que no quería quedarse sin alhajas.
Para completar la infamia mis hermanos y yo comprábamos cada semana la revista Pulgarcito, donde aparecían las viñetas de Doña Urraca, una malvada mujer con cara de pájaro, moño prieto y negra vestimenta dedicaba a tiempo completo a jorobarle la vida a los demás.

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