Después de estar escribiendo casi a diario durante más de dos meses se me ha hecho extraño pasar una semana sin publicar nada.
Al regresar de Londres en Febrero, cuando fui a acompañar a mi hijo Lucas, aterricé en Barcelona justo el día en que mi hijo Simón viajaba a Madrid después de haber pasado en nuestro pueblo las fiestas de Carnaval. Mi marido y él vinieron a recibirme al aeropuerto y luego nos paseamos por la ciudad haciendo tiempo hasta la medianoche en que salía su autobús. Caminamos mucho y fuimos hasta el bar Velódromo de la calle Muntaner a tomarnos una caña. El aire cálido, las palmeras, el tipo de construcción, las motos en las aceras, la gente charlando en la calle frente a los restaurants, su modo de arreglarse; una semana en tierras británicas me bastó para que se me hiciera notorio el aire mediterraneo de mi ciudad, algo que nunca antes había percibido tan claramente. Me sentí satisfecha de que mi ciudad no me defraudara luego de haber gozado tanto de la capital inglesa.
Ahora, y luego de casi tres meses de ausencia, he vuelto a mirar con ojos nuevos mi paisaje de siempre y otra vez ha sido su carácter mediterraneo lo que con más evidencia he notado.
En Inglaterra me llamaba la atención al principio la inestabilidad de los suelos. El campo es blando. El piso de los aeropuertos y trenes está alfombrado. En las casas las escaleras y las bañeras pareciera que se movieran al pisarlas y las moquetas que no estuvieran colocadas sobre suelo firme. Luego te acostumbras y eso pasa a ser lo normal y cuando regresas a España notas duros los pisos de cerámica de nuestras viviendas y de vuelta sientes el mediterraneo cerca.
Hace más de veinte años que mi marido y yo cambiamos nuestro piso frente al mar por nuestra casa actual. Me enamoré de ella en cuanto la vi. Es pequeña, pero eso nos ha brindado la posibilidad de soñar durante años con su posible ampliación. El suelo tiene un buen terrazo, que nunca nos gustó y que siempre pensabamos cambiar, aunque al final me habitué y hasta llegué a cogerle cariño por lo bien que ha resistido el paso de mis hijos sobre él. Pero realmente no es bonito, ahora lo he visto claro, y por más que desde el interior de la casa podamos divisar el mar, algún día tendremos que cambiar ese suelo tan típico antaño de nuestro país por otro más cálido.
También algún día pondremos calefacción a gas y dejaremos de andar con las botellas de butano arriba y abajo. Exagerando las cosas le he dicho a mi marido que este invierno en Cambridge cambiaremos los fríos; en lugar de helarnos dentro de casa nos helaremos en la calle.
Mi marido compró jamón ibérico para que me deleitara a mi llegada. De verdad que lo consiguió. No solo por el jamón, también por el pan, por el vino, por el aceite, por la teta gallega que me comí casi entera, por los tomates, por las olivas, por el café. Que bueno todo, que buenas materias primas tenemos.
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