Nos despedimos el húngaro y yo en el jardín del hostel tras desencadenar nuestras respectivas bicicletas. ¡Hasta la semana que viene Peter!, ¡hasta la semana que viene Susanna!.
Él trabaja conmigo los lunes y martes.
Llego a mi nueva vivienda, me preparo la comida y en eso que estoy yendo por el pasillo con la bandeja, que se abre la puerta de entrada y aparecer a él.
Él trabaja conmigo los lunes y martes.
Llego a mi nueva vivienda, me preparo la comida y en eso que estoy yendo por el pasillo con la bandeja, que se abre la puerta de entrada y aparecer a él.
- ¡Pero Peter!, ¿que haces aquí?, ¡no me digas que vives en esta casa!.
- No, soy el limpiador.
- ¡¿El limpiador?!, ¡esto es increible!, ¡con la de casas que hay en Cambridge!, yo no salía de mi asombro.
- Él también quedó sorprendido, aunque supongo que dio antes con la conexión.
Resulta que mi marido y yo estamos ahora alquilando habitación en una propiedad del novio de la directora del hostel, y si Peter empezó a trabajar allí fue por intermediación de ese sujeto.
Nordirland Connection, podría decir, porque el novio de la directora es un pelirrojo norirlandés, del cuál me reservo la opinión para más adelante.
Nordirland Connection, podría decir, porque el novio de la directora es un pelirrojo norirlandés, del cuál me reservo la opinión para más adelante.
A saber porqué me figuré que Peter gozaba de un empleo de jornada completa como preparador de sopa minestrone en un restaurant de Addenbrooke's Hospital, pero no. Lo que de veras ha conseguido tras siete años residiendo en el Reino Unido es un trabajo de limpiador de cincuenta horas semanales repartidas por toda Cambridge, entre ellas las de arrancarle de madrugada la grasa a la campana extractora de algún fogón hospitalario, según imagino ahora.
"Yo soy de un país en medio de la nada", "ni siquiera contamos con equipo de fútbol decente", le he escuchado decir. Por eso será que no le tiene demasiada afición a ese deporte, originario de Inglaterra.
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