Hoy he vivido un gran día. No ha pintado muy bien a primera hora de la mañana porque ayer me olvidé de cambiarle la hora al despertador y me ha sonado a las ocho y media, y yo había previsto comenzar a trabajar a las nueve para adelantar faena y salir a las once para ir a la Universidad de Económicas. Hoy era el día de la entrevista para el puesto de trabajo. Pero no ha pasado nada; he llegado a las diez, he limpiado baños durante una hora, lo he interrumpido, me he acicalado y he trotado con la bici hacia la facultad. No he tomado mi café matinal. He llegado a las once y media y me he presentado en la recepción. He esperado sentada en un bonito sofá de cuero blanco y a la hora convenida ha venido a recibirme un hombre trajeado con gran bigote gris, el mismo que saludé en el pasillo el día que fui a entregar mi solicitud de trabajo. Hemos pasado a un despacho donde aguardaba sentada una mujer de pelo corto de unos cuarenta años y aspecto agradable. Me ha dado la mano y me han hecho sentar. El hombre del mostacho me ha dicho que iba a hablarme despacio y que, por favor, le avisara si algo no entendía y lo volvería a repetir. Pero no ha sido necesario. Aunque me ha parecido que hablaba bastante rápido, podía captar el sentido general de cada frase que pronunciaba.
Me ha dicho que se han presentado setenta y cuatro solicitudes de empleo, de las cuales han seleccionado seis para la entrevista. Así que podía considerar que estaba casi en la cumbre de la montaña. Estaba sorprendido de que la mayoría de solicitantes habían cursado estudios superiores o carreras universitarias.
Empezó las preguntas por cómo actuaría yo en mi trabajo ante hipotéticas situaciones. Por ejemplo: Si estuviera fregando el suelo de un corredor qué precauciones tomaría; Si estuviese manejando aparatos eléctricos qué precauciones tomaría; Si entrase en una sala que tengo asignada para limpiar y hubiese gente reunida allí qué haría. Y cosas así. Las respuestas me salían fluidas y en un inglés que yo no sabía que tenía.
La mujer se ha dedicado luego a preguntarme sobre cuestiones de papeleo. Le he ido entregando todos los documentos que me ha parecido que le podían interesar y se ha ido a hacerles fotocopias. Le he dicho que si necesita más referencias le podía dar el teléfono de un hombre que vive en mi casa que es investigador en el departamento de ingeniería y biotecnología de la Universidad, pero me ha dicho que ya tiene todas las referencias que necesita.
No es por hacerme la interesante pero creo que estaban encantados conmigo. Y es que me estaba saliendo todo perfecto. Aunque también pudiera ser lo que tanto me han comentado: que los ingleses se muestran muy amables en las entrevistas, pero no por eso te van a otorgar la plaza.
La mujer me ha preguntado, y no era su cometido, si es cierto eso de que he montado yo sola la cocina de mi casa. Sí claro, le he contestado, no la grifería, ni la instalación eléctrica, pero armé e instalé todos los muebles de Ikea. Se mostraba asombrada.
Les he hablado sobre mi familia, sobre lo mucho que me gusta esta ciudad y este país y de mis planes de quedarme aquí por largo tiempo.
Para finalizar, mis aficiones.
Ellos se toman dos semanas para completar sus averiguaciones y tomar su decisión y me han preguntado si eso supone algún problema para mí. No, de momento tengo un trabajo que me gusta; lo único que quería comentarles es que, como es natural y para no perder oportunidades, yo he presentado también mi solicitud de trabajo en el Gurdon Institute y estoy pendiente de una entrevista allí.
Por un momento me ha parecido notar que el hombre temía que le pudieran robar a su candidata favorita. No soy presuntuosa ni nada. Mientras me acompañaba hasta la salida me ha dicho que él también necesitó un tiempo atrás cambiar de aires y se jubiló de su antiguo trabajo para recomenzar en su puesto actual. Su confidencia me ha resultado esperanzadora.
Al regresar al Hostel, Nick, el jefe, continuaba sentado en el escritorio junto a la recepción. Es él quién ha tenido que facilitar a la universidad referencias mías; es él quien ha autorizado mi salida y estaba en la puerta cuando me he ido. A mi vuelta he entrado en la recepción, estaba solo, le he dicho hola, me he acercado para recoger unas llaves colgadas en la pared a un palmo de su cara y no ha sido capaz de levantar la mirada para insinuar un saludo.
Este tío es un capullo.
King's Parade |
Mi hijo Lucas empieza hoy sus vacaciones y mañana viaja a Madrid para encontrarse con su hermano mayor, Daniel, el hijo de mi marido y su ex mujer. Los dos se van juntos por una semana a Marruecos. Lucas me ha pedido que le devuelva para el viaje su cámara de fotos. Me voy a sentir huérfana sin ella.
Nos hemos encontrado en Gran Arcade, frente a la puerta de los almacenes John Lewis y me ha presentado a Edi, su amigo chino, y a María, la novia madrileña de este. María trabaja de camarera a tiempo parcial en la universidad y me ha comentado que la institución universitaria trata muy bien en todos los sentidos a sus empleados y se asegura de contratar personal suficiente como para que a nadie le resulte agobiante su trabajo.
Nos hemos despedido de ellos y Lucas me ha llevado hasta otra sucursal de Caffé Nero, en King's Parade. Al entrar ha saludado y me ha presentado a todos sus colegas tras la barra. Ellos nos han obsequiado con dos capuchinos y dos muffins que nos hemos llevado hasta una mesa. Hemos estado allí un buen rato y luego el se ha ido a la casa de un amigo y yo a la mía. Como coincidíamos en la ruta me ha enseñado un atajo entre calles preciosas para llegar hasta el lugar donde nuestra ruta se bifurcaba. He pasado un tiempo de felicidad absoluta con él.
Mi asombro no tiene fin cuando constato la tremenda revolución que se vino y la que se vendrá asociada al mundo de Internet. Lucas me ha puesto al corriente de la eminente diáspora de casi todos sus amigos en España siguiendo su estela. A Amsterdam, a Berlín, a Londres y por supuesto a Cambridge unos cuantos. El amigo del primo, el amigo de su hermano que se hizo amigo de un amigo suyo, la amiga de la niña que iba con él a la guardería y que reencontró en el ciberespacio. Redes que se van tejiendo. Mi hijo, solo, frente al ordenador, estirado en la cama de su pequeña habitación en Catherine Street y amigo, más que nunca, de todos sus amigos, y de los próximos que llegarán.
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