jueves, 2 de septiembre de 2010

Mi vecino de habitación

King's College
Esta mañana a la hora del desayuno he coincidido en la cocina con mi vecino de habitación. Le pregunto por cortesía a qué hora empieza a trabajar. Me mira con cara de incredulidad y dice ¿otra vez?, ¿cuántas veces te lo he dicho ya?. Con gesto resignado estaba a punto de recitarme de vuelta su variado horario laboral cuando lo he parado y le he dicho que, si quiere, me lo escriba en un papel y lo cuelgo al lado de mi ordenador para tenerlo siempre presente. Capaz que lo hace.
En la casa todos hacemos uso de la misma vajilla, menos él, que tiene su propio plato aparte y sus propios cubiertos que lava a mano con cuidado. Un día metí sin saber uno de sus tenedores en el lavaplatos y corrió a abrir la máquina para rescatarlo.
Cuando fue el cumpleaños de Seweryn, él y Monika organizaron una fiesta. Estábamos con sus amigos en el jardín escuchando música, charlando y tomando unos cócteles cuando se me acerca Nándor un tanto misterioso y me pide que vaya un momento a la cocina, quiere mostrarme una cosa. Me enseña allí un frasquito de hierbas aromáticas de mi propiedad que en un descuido yo  había colocado en su estante. Eso lo tenía muy desconcertado.
Es un tío peculiar; si no lo escuchara casi cada mañana silvar bajo la ducha al ritmo de la música, me inquietaría un poco.
Pero mantengo con él una buena relación. A veces noto que Monika y Seweryn se atemorizan un poco cuando nos escuchan discutir en voz alta.
Él reniega de Inglaterra y del clima asqueroso que tiene y dice, y eso me hizo gracia, que como puede existir un país tan estúpido que instala por separado en los lavabos el grifo del agua caliente y el de la fría.
Me ha contestado que, no es que se desilusionara de este país, es que ya no lo quería de entrada.  De Hungría ni habla; por su culpa es que él tiene que estar aquí.
Pero le  brillan los ojos es cuando habla de Italia, de Portugal, y también de España. Y dice: Allí te sientas en un banco al sol y te olvidas de los problemas. Tienen calles anchas, de piedra, con casas todas diferentes, cada una con su carácter, y no estas birrias estrechas con casas todas iguales que tienen aquí. Hay casas nobles, hay catedrales, hay historia. Yo ya no le digo nada.
Le gusta mucho también sudamérica, a estado por allí y sabe algunas palabras en español.
Él reniega del cristianismo, en todas sus versiones, por la muerte y destrucción que causaron a lo largo de la historia, y  sus comentarios ofende a Monika, que por más que duerma con su novio y no pise la iglesia, siente que su religión la une a su país y no le gusta que nadie se meta con ella, pero todo queda en discusiones de sobremesa. Lo gracioso es que Nándor tiene un aire y un aspecto físico que se asemeja al de un cura progre de barrio.
Lo que debería hacer este chico es irse a Costa Rica, buscarse una novia y montar una familia. La exuberacia del país le ayudaría a sacarse la grisura que ahora lo apaga y un húngaro allí  podría resultar exótico.
No puedo entender qué de interesante puedes escribir en tu blog si llevas una vida aquí de lo más aburrida, me decía esta mañana. Vamos a ver, te pasas el día trabajando, llegas arrastrando tu bicicleta y te encierras en el cuarto a teclear en el ordenador, no veo la aventura por ningún lado.
Escribe sobre historia, escribe sobre catedrales, eso es interesante, me decía. ¿Cómo voy a escribir sobre catedrales si en dos meses que llevo en esta ciudad no he visitado ni un solo edificio histórico? Tú eres el historiador, escribe tú un libro, escribe un libro sobre las dichosas catedrales si tanto te interesan, le decía. 
Por un lado me dice que nadie va a leer un blog donde no suceden auténticas aventuras y por otro lado me pide  por favor que saque su nombre de mis escritos ya que "él es un hombre normal, que no busca la fama". Lo dijo exactamente con estas palabras; vaya, parece que él alucina más que yo.

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