jueves, 19 de agosto de 2010

El centro

En la plaza del mercado
Esta mañana pensaba que tendré que empezar a moverme con los Curriculums otra vez. Estoy trabajando de media unas seis horas diarias y estamos en plena temporada alta. Es poco. Como comienzo ha estado perfecto y he tenido tiempo de ir conociendo la ciudad, pero "necesito pagar mis facturas", como dicen aquí.
A la salida del trabajo me he acercado al centro, quería saludar a mi hijo, pasarme por una pizzería  y cronometrar el tiempo que me lleva ir en bici desde allí  hasta mi casa.
¡Oh, el centro!. Llevaba días sin pisarlo y me he sentido renacer. Esto es lo mio. El nuevo trabajo tengo que buscarlo por aquí. Hasta se me hacía raro caminar por la calle sin estar pegada a mi bicicleta, que había dejado atada a una reja.
Me fui a la plaza del mercado para sentarme en un banco y comerme el bocadillo. Al lado tenía a una mujer china con sus dos hijos. La miraba de soslayo; piel curtida, melena corta y lacia no muy arreglada, manos fuerte con uñas rectas y sin barnizar, caro jersey reversible de punto con cremallera, y sandalias Timberland. En el suelo dos pequeñas bolsas con sus recientes compras: una de Hotel Chocolat, una afamada bombonería y la otra blanca con ribete negro de Chanel. Los niños, de unos ocho y diez años, llevaban también buena ropa deportiva y eran bonitos. LLegó un bufón malabarista y se colocó justo delante nuestro para arrancar con su actuación y enseguida se formó un círculo grande de niños y acompañantes.  Los hijos de la china se sumaron a los espectadores y daba gusto ver lo bien que lo estaban pasando; saben inglés porque suman sus voces a las de los demás niños para replicar al comediante. Yo ya tenía triple espectáculo para amenizar mi comida. Por eso me gusta el centro. Llegó el padre de los chinitos con unos jerseys que les acababa de comprar en Gap, y que quiso que se probaran. Le lleva muchos años a su esposa, tiene un aire juvenil  y usa gorra de visera. Si hubiera tenido a mi marido al lado ya hubiéramos empezado con nuestros análisis sociológicos y hasta es posible que les hubiéramos inventado una vida. Mi marido y yo también nos llevamos muchos años.

Me fui a la cafetería de mi hijo,  pero, como siempre, había una larga cola de gente esperando para ser atendidos. Mi hijo trabaja mucho; prepara batidos y capuchinos a una velocidad endiablada y encima tiene que cobrar y no confundirse con los cambios. Me hizo sentar en una mesa y me trajo un café con leche descafeinado. Hablamos medio minuto y quedamos en comunicarnos por Skipe.

Fui a Carluccio's a dejar de nuevo mi curriculum.  Es una pizzería y tienda de productos italianos que me gusta, por eso es que insisto y es la cuarta vez que hablo con un encargado. El local es muy amplio y luminoso, y el ritmo de trabajo que observo  es continuo pero no acelerado. Veremos si algún día me llaman.
De allí me fui a Tk-maxx, una cadena de outlets con sucursales en todos lados, y me compré un impermeable. Llevaba días pensando que cuando amanezca con lluvia copiosa llegaré al trabajo empapada. Antes de ayer hice el viaje de vuelta bajo un buen aguacero, no hacía demasiado frío y era gustoso notar como el agua me caía  por cara y hombros igual que en la ducha. Al llegar a casa me cambié, de otro modo no hubiese sido tan gracioso.
Me alegró comprobar que desde el centro, tomando por Milton Road, no tardo más de veinte minutos en llegar a casa.

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