domingo, 1 de agosto de 2010

Los chicos alemanes

Hay ahora en el hostel un grupo de estudiantes alemanes; suman ochenta y tres entre chicos, chicas y monitores. Durante este tiempo que se queden no habrá que hacer demasiadas camas. Los vi entrar el primer día en fila india directos al salón social en perfecto orden y sin alborotos. Por la mañana me tocó arreglar habitaciones y vaciar papeleras. Ya me advirtió Inés, la chica polaca, que me llevara muchas bolsas, big black bags, y no sabía para qué. La cantidad de envases vacíos de refrescos que saqué de cada habitación era impresionante. Botellas y botellas plásticas gigantes, de Coca-cola sobre todo. Mínimo tocaba a cuatro litros por persona y noche.
St. Mary's Street - S.M.

En los cuartos de los chicos alemanes impera un desorden mayúsculo, igual al que reina en casi todas las habitaciones de adolescentes del mundo. Pero son muy cuidadosos con las zonas comunes.
Son unos chicos muy guapitos y educados. Pero hecho de menos la sonrisa, el Thanks, el Sorry, la forma desenfadada y alegre de la mayoría de los huéspedes de los otros días. Ellos pasan a tu lado serios, como una sombra, sin molestar.
Escuché en España decir de los Ingleses: "Guardan las formas, pero son muy suyos" o "Son pura fachada, pero luego, si te he visto no me acuerdo", o cosas por el estilo.
Para mí la fachada es muy importante. Como es lógico cada persona se preocupa y ocupa de sí misma y de su entorno más querido. No voy a pretender de entrada que alguien me salude amablemente y de inmediato me invite a quedarme una semana en su casa, por ejemplo. Cosa que, por cierto, me parece que es más probable que ocurra aquí que en nuestro país, o por lo menos en Catalunya, que es lo que conozco.
Yo llevo tres semanas en Cambridge y he entrado en dos viviendas, tres si cuento la de mi hijo:
1- La de una chica mejicana casada con un Italiano que conocí porque alquilaban una habitación en una casa de su propiedad que queda enfrente de la suya propia. Por una cuestión de fechas no llegamos a un acuerdo con el alquiler, pero un día me invitó a sentarme en su salón para charlar y darme pistas de cómo empezar a moverme en esta ciudad. Y eso que estaba atareada vigilando que sus hijas terminaran los deberes para llevarlas a un cumpleaños. Pero encontró un espacio. Espero volver a verla.
2- El vecino yugoslavo, que si por él hubiese sido todavía estaríamos viendo vídeos en su casa.
3- Los chicos polacos que le alquilan habitación a mi hijo. Aprovechando que Lucas estaba en Barcelona, pasé allí mi primera semana. En ese tiempo me invitaron por dos veces a cenar con ellos en el jardín. Vimos juntos el partido final de la Copa del Mundo en Sudáfrica y se alegraron casi tanto como yo por la victoria de España. Y finalmente fueron ellos los que me consiguieron la habitación en la que estoy, y quienes me ayudaron con su coche en la mudanza.
Ninguno de ellos es inglés. Vale. Pero yo creo que la gente se impregna del espíritu del lugar.
Si tengo que ser sincera, y me duele decirlo, yo llevo viviendo casi treinta años en un pueblo de la costa catalana y salvo en la casa de mis tres o cuatro amigos y en la de Teresa, una mujer entrañable donde siempre eres bienvenido, y en la de una señora venezolana que de tanto en tanto organiza veladas "literarias", no recuerdo haberme sentado nunca en otra casa de mi pueblo a tomar una taza de café. Y mi pueblo está lleno de catalanes, castellanos y gente de todas partes del mundo.
No lo sé. Esa es mi experiencia. Por eso es que me pregunto si, de verdad, nosotros somos tan abiertos, o si los británicos son tan suyos.

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