lunes, 2 de agosto de 2010

Los sueños

Rio Cam en la zona de Chesterton
Hoy me he levantado a las cinco y media de la mañana porque mi trabajo empezaba a las siete y como no tengo autobús a esas horas, he ido caminando. Cincuenta y cinco minutos a paso rápido, desde Kings Hedges hasta Tenison Road, cerca de la estación de tren. A las seis ya hay una claridad total y era precioso andar por las calles vacías con esa luz. Siempre llevo el mapa encima y trato de variar los recorridos, para ir conociendo. También me fijo en los carteles de las inmobiliarias y tomo nota si veo alguna casa pequeña en alquiler. En mi recorrido he cruzado el río en una zona que no es turística. Es hermosísimo. Estás en medio de una naturaleza desbordante y en plena ciudad, hay incluso vacas pastando.
He trabajado ocho horas, las primeras cuatro en la cocina. Allí he colocado en el buffet lo que había para desayunar y cuando la gente iba acabando ponía los platos por tandas en un lavavajillas industrial que en cinco minutos los lava y seca.
Congenio mucho con Daniel, el chico búlgaro, que me ha enseñado lo que hay que hacer. Tiene diecinueve años y está estudiando derecho. Le dije que cuando venga mi hijo Simón, que tiene su misma edad, se lo voy a presentar.
El cocinero se llama Chris, y es un hombre de unos cincuenta años de nariz colorada, simpático, que la ha tomado conmigo y me nombra en voz alta cada vez que me ve pasar: ¡Sousena!, ¡Suseana!. Es Inglés. Comentó que en la región de Anglia, donde se situa Cambridge no llueve demasiado; llueve al año lo mismo que en Israel.
El segundo de cocina se llama James y es natural de Birmingham. Alguien le dijo que fuí profesora de Aerobic y me vino a contar que él es aficionado al Boxeo inglés, diferente del Boxeo tradicional y del Kick boxing. Con dos movimientos de brazos y de piernas que hizo para mostrarme ya me dí cuenta que es bueno.
Todos se tomaron un tiempo para crear buen ambiente, y luego se concentraron en su trabajo.
Me serví del desayuno inglés: salchichas, bins unas judías pequeñas en salsa roja muy comunes aquí, champiñones y una especie de bollo de patata. Todo tenía buen aspecto, pero mi decepción fue grande cuando lo probé.

Al salir fui a buscar la bici a casa de mi hijo Lucas. Estaba lloviendo y tuve que esperar un rato. Desde que era una niña casi no he montado en bicicleta, y aquí, al circular el tránsito al revés, nunca sé por dónde vendrán los coche, además el suelo estaba mojado y no tengo memorizada la ruta hasta mi casa. Así que me daba un poco de susto coger la bicicleta. Dí las primeras pedaleadas y sentir el aire puro y fresco sobre mi cuerpo mientras avanzaba me llenó de satisfacción.

Pasé de vuelta por el río. En una de mis paradas para consultar el mapa me puse a charlar con un ciclista. El hombre es de Cambridge, pero le encanta Andalucia, adonde viaja de vacaciones una vez al año. Tiene muchas ganas de aprender español, y conoce algunas palabras. Quiere alguna vez irse a vivir allí.
En mi familia todos llevábamos ya tiempo pensando en emigrar a algún país anglosajón.
Antes de venirme aquí yo pasé un año entero sentada frente al ordenador tratando de aprender inglés y esperando que llegara el momento oportuno. Entonces vi algunas películas en versión original. Entre ellas An Education, de la directora Lone Scherfig, un film ambientado a principios de los años sesenta. La protagonista es una adolescente británica, responsable y estudiosa, que vive con sus padres en Twickenham, un barrio de clase media del Gran Londres y se prepara para ingresar en la prestigiosa Universidad de Oxford. Pero algo diferente bulle en su cabeza. En la intimidad de su dormitorio la chica fuma cigarrillos franceses marca Gauloise y reproduce con su voz las canciones de Juliette Greco que suenan en su tocadiscos, mientras su imaginación vuela a un París "charmant", lleno de gracia y encanto, al que algún día ella viajará.
Todos tenemos unas cosas y soñamos con otras.

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