Hoy ha llegado Monika de Polonia tras pasar dos semanas con sus padres. Luego irá Seweryn. Son de la misma ciudad, pero se conocieron en Cambridge a través de amigos comunes. Nunca viajan al mismo tiempo. Al no estar casados no podrían compartir cama allí y prefieren disfrutar por separado cada uno de su familia. En esos días Monika pasó la rubéola, que ya vendría incubando. Antes de salir estaba muy expectante con el viaje. Compró ropa para su hermano y para un sobrino que acaba de nacer. Dijo que lo apreciarían porque la ropa en su ciudad es mucho más cara, menos bonita y de peor calidad.
No lo pasó tan bien como esperaba. No terminaba de encajar en el lugar. Los problemas que desvelan a su familia ya no son los suyos. Los chismes de la ciudad ya no le interesan. Ella ha cambiado. Cuando uno emigra no hay vuelta atrás. Seweryn y Monika ven la televisión polaca, tienen amigos polacos y hacen algún comentario de lo extraños que les resultan a veces los ingleses. Pero al volver a Cambridge Monika sintió que regresaba a su casa, y a un estilo de vida que ya no podrá, ni querrá borrar.
Me comenta que la gente allí no sonríe. Entró en un comercio y sintió que la dependienta la miraba como a una tocada por el simple hecho de haberse dirigido a ella con una sonrisa en la cara. Cómo van a sonreír si la vida allí supone una lucha constante para conseguir lo más elemental, los excusa.
Me sorprendió que se trajo de Polonia un lomo de cerdo entero, como los que encuentras en España a decenas en cada tocinería. Lo iba cortando con lentitud en rodajas y se las iba enseñando a Seweryn para que le confirmara que el grosor era el adecuado. Dice que en Inglaterra una pieza como esta costaría muchísimo dinero.
Ya le dije a mi marido que se fuera olvidando de las doradas, de los gallos, de las lubinas, de la merluza, del rodaballo, de la pescadilla o del bacalao. Ahora le diré que se olvide también del lomo de cerdo.
No lo pasó tan bien como esperaba. No terminaba de encajar en el lugar. Los problemas que desvelan a su familia ya no son los suyos. Los chismes de la ciudad ya no le interesan. Ella ha cambiado. Cuando uno emigra no hay vuelta atrás. Seweryn y Monika ven la televisión polaca, tienen amigos polacos y hacen algún comentario de lo extraños que les resultan a veces los ingleses. Pero al volver a Cambridge Monika sintió que regresaba a su casa, y a un estilo de vida que ya no podrá, ni querrá borrar.
Me comenta que la gente allí no sonríe. Entró en un comercio y sintió que la dependienta la miraba como a una tocada por el simple hecho de haberse dirigido a ella con una sonrisa en la cara. Cómo van a sonreír si la vida allí supone una lucha constante para conseguir lo más elemental, los excusa.
Me sorprendió que se trajo de Polonia un lomo de cerdo entero, como los que encuentras en España a decenas en cada tocinería. Lo iba cortando con lentitud en rodajas y se las iba enseñando a Seweryn para que le confirmara que el grosor era el adecuado. Dice que en Inglaterra una pieza como esta costaría muchísimo dinero.
Ya le dije a mi marido que se fuera olvidando de las doradas, de los gallos, de las lubinas, de la merluza, del rodaballo, de la pescadilla o del bacalao. Ahora le diré que se olvide también del lomo de cerdo.
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