lunes, 9 de agosto de 2010

El albergue

Hoy me he levantado a las seis menos cuarto con el tiempo justo para llegar a las siete al hostel. Lo único que comí antes de salir fueron cuatro pequeños melocotones de agua. Al entrar vi que Nick, el encargado, el chico de ojos azules y anteojos del que había oído hablar y no precisamente bien, estaba en el despacho acristalado junto a la recepción. Había regresado de sus vacaciones. Me fui al comedor a preparar el buffet. El encargado entró, cogió un plato y se sirvió el desayuno. Ni sonrisa, ni saludo. Solo un comentario casi inaudible sobre el apetito que tenía. A los diez minutos vino y se llevó un café.
A primera hora mi labor consistió en servir el "desayuno inglés" a los huéspedes que lo solicitan. Tienen también el "desayuno continental". Después lavé la vajilla. Estábamos Jamie y yo en la cocina.
Cuando cerramos al público, le pregunté a Jamie si podía servirme algo de lo que había sobrado, como el mismo me había servido los demás días. Puso cara compungida; hoy no es posible, hoy está el encargado. Me dio bajo mano, tal si fuera algo ilegal, un bizcochito marrón envuelto en celofán que me aseguró me daría energía al momento. Muerta de hambre vi como tiraba a la basura un montón de salchichas, huevos fritos, champiñones y tomatitos asados.
Ocho horas de trabajo intenso con un intervalo de diez minutos para comerme el susodicho Flapjack, un pastelito típico inglés de avena y miel. El mío no creo que contuviera demasiada avena, ni demasiada miel, pero me aseguraba que iba a ingerir, porque venía remarcado en el envoltorio por un redondel, un veintiuno por ciento de materia grasa (mantequilla).
James es eficaz en lo que hace, esté o no el encargado. Hoy recibió alguna advertencia, y seguro que ningún reconocimiento. Un día de estos el hostel se quedará sin su segundo de cocina.
Me lo paso bien con él. Está admirado de la belleza de la mujer del encargado y se pregunta cómo es posible que un hombre tan desabrido tenga una esposa tan bonita.
Y empieza a hablar de mujeres. Parece que se ha recorrido unos cuantos países, porque abre la boca y los ojos en señal de asombro al rememorar el impacto que le causaron las bellezas puertorriqueñas, y las argentinas, y las brasileñas !olalá¡ . Y las norteamericanas, neumáticas, pero nada desdeñable. Con las francesas arruga la nariz, y no se muestra demasiado satisfecho con el panorama local.
La última hora de la jornada la he dedicado a limpiar las cintas de goma antideslizantes pegadas al borde de cada peldaño de las escaleras. Tenía que frotar y frotar con un estropajo verde y jabón para que asomara tras la mugre el color blanco inicial. Sentada dos escalones más abajo acometía cómodamente la tarea de lavar los de arriba. A esa hora no circula gente por el hostel. Estaba bien ahí sola. Me sentía como una Cenicienta moderna, sin pajaritos cantores a mi alrededor, pero ambientada, a través de mis auriculares, por la música de la BBC Radio Cambridgeshire.

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