Hace ya algunos días que recibí una mala noticia. Al marido de mi tia Elvira le han detectado un cáncer terminal. En Pamplona se lo han confirmado. No hay nada que puedan hacer. Solo esperar. De allí se fueron directos a Santander, la ciudad natal de él.
Hablé con Gustavo el día antes de viajar hasta aquí. Llamé para despedirme. Me contó que le habían encontrado algo y que tendrían seguramente que operarlo pero que no sabía si eso sería antes o después del verano, que ellos siempre pasan en su tierra. Estaba muy animado y no se tomaba el asunto muy en serio. Yo tampoco. Pensábamos que todo saldría bien.
Mi marido me lo comunicó, y me dejó descolocada, pero no terminaba de asimilarlo. Mi hermano Mateu tampoco se hace a la idea porque en un mensaje electrónico me comenta: "parece que se encuentra bastante bien porque ha salido de casa para ir a comerse unas cigalas grandes como langostas".
Pero ayer supe que está mal, que no puede dormir acostado porque le cuesta respirar y que sus hermanos están tramitando su empadronamiento en la ciudad para que puedan administrarle morfina. Con esto la cosa se me hizo real y cercana.
Una pesadilla me despertó a la madrugada y no pude dormir más.
Había escrito dos postales, una para mi tía y otra para él, que no me atrevía a echar al correo.
Pero hoy lo hice.
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