miércoles, 18 de agosto de 2010

La tartaleta de crema

Hoy no tengo energía para escribir porque me he levantado a las cinco y media de la mañana y he trabajado durante nueve horas. A lo que hay que añadir una hora de pedaleo y que no me saco a Dalila de la cabeza; ¿cómo puede ser tan burda?.
Esta mañana me tocó cocina y habitaciones. A las dos de la tarde los de la limpieza habíamos terminado nuestras tareas, que es en el momento en que empiezan a llegar los huéspedes. Pero Dalila y Warren se habían olvidado de hacernos limpiar la planta baja, porque aquí va todo un poco sobre la marcha. Entonces Dalila preguntó si alguien podía quedarse dos horas más. Nadie podía excepto yo. Se puso muy contenta. Warren me convidó a sentarme cinco minutos y tomar un té. La verdad es que, un té servido en vaso, hecho por mí misma con agua del grifo, y tomado a las apuradas, no me apetecía nada. Gracias Warren, en realidad lo que yo tengo es hambre, le dije, un poco para que Dalila, que estaba ya en su despachito, lo escuchara. Entonces  la chica se levanta y veo a través del cristal de una ventana que da al comedor que coge un plato de un estante y se dirige a  la cocina. Ilusa de mí, pensé que me había ido a buscar algo para comer, que había caído en cuenta de que necesitaría combustible para seguir trabajando. Pero no, fue su estómago el que despertó al escuchar hablar de hambre, así que volvió con una gran tartaleta de crema con fruta y cereales encima que se puso a comer con deleite delante mio.
Yo no tenía apetito  alguno porque James me había servido algo a escondidas en la cocina y estos desayunos ingleses tan poco apetecibles llenan durante horas. Pero me sublevó su falta de consideración. ¡Al menos que  se hubiera comido su empalagosa tarta en la cocina!.

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