martes, 24 de agosto de 2010

El club de rugby

Por Madingley Road
Hoy las cosas me han salido redondas. Estoy satisfecha porque le he conseguido a mi hijo Simón un club  de rugby donde entrenar. Empieza el dieciséis de Septiembre a las siete de la tarde.
La parte de la ciudad que he conocido hoy sí que le hubiese gustado a mi cuñada. Se ven unas casonas y unos edificios de la Universidad impresionantes. Desde Madingley Road he bajado por Grange Road para llegar a Sidgwick Avenue, donde se encuentra el edificio Austin Robinson de la Facultad de Ciencias Económicas. Me ha costado encontrarlo. He recogido en un despacho una "Application for Employment", un formulario que tengo que llenar con mis datos y devolver para poder tener acceso a una entrevista. Es el trámite normal aquí para conseguir cualquier trabajo. Me enteré por la página web de la Universidad de Cambridge que tienen una plaza vacante de limpiadora en Económicas.
Descendiendo por Grange Road he visto a mi derecha, a lo lejos, una portería de rugby. He cruzado la calzada para mirar. Es el campo de rugby de la Universidad. Me he metido con la bici por todos lados y no he visto a nadie. He estado incluso en los vestuarios, con moqueta en el suelo y buena madera en las paredes. Junto a la entrada hay una casa que he supuesto que sería del cuidador. A través de la ventana he visto una plancha, lista para ser usada, junto a la ropa. De un pasillo junto a la casa ha salido un hombre vestido con la camiseta verde del club, que ha sido muy amable conmigo. El University Rugby Club es sólo para alumnos aventajados de la Universidad, pero me ha indicado que no lejos de allí quedaba el Cambrige Rugby Club, el club de rugby de la ciudad de Cambridge.
Al recoger el formulario  he hablado un poquito con la mujer que me ha atendido. He aprovechado para preguntarle sobre un cartel que había visto junto a la recepción que anunciaba la venta de bicicletas de segunda mano. Sí, es el recepcionista quién arregla y vende bicis; puedes venir la próxima semana si quieres hablar con él, ahora está de vacaciones, me ha dicho.
A la salida he ido a buscar el campo de rugby, no ha sido demasiado difícil. Los lugares por los que he pasado son preciosos.
El área del terreno que ocupa el Club es inmensa, se divisan a lo lejos un montón de porterías. Me acerco a las gradas y veo sentado a un hombre que supongo que es un socio o un aficionado. Le he contado la historia de mi familia y él ha mirado mi bici y ha dicho que no está tan mal, pero que urge que me compre un casco para proteger mi cabeza. Adiós amiga, se ha despedido en español. He ido a las oficinas dónde me ha atendido un hombretón que, si es jugador, me daría miedo verlo en el campo al lado de mi hijo, sus muslos son diez veces más gordos que los de él. Me tranquiliza pensar que con Simón no va a jugar porque se lo ve mayor. Andará por los treinta y largos, va rapado y lleva brazos y piernas llenos de tatuajes. He contado otra vez que Simón juega al rugby desde hace años, que el curso pasado no entrenó y que es alto y delgado, pero fuerte, rápido y muy atrevido. Me preguntaron cuál era su posición en el campo y les he dicho que no sé,  pero que le encanta placar. Y seguro que no estará en las alas, porque él siempre tiene que estar en el centro de la cuestión. Voy a preguntar a mi hijo; a ver si he acertado.
Me ha comentado que tienen varios equipos en diferentes niveles y que hay tres chicos españoles. Después de preguntar qué día llega mi hijo y se ha ido a mirar el horario de entrenos. Si llega el quince, dile que venga a entrenar el dieciseis a las siete de la tarde. Así de fácil.
Encima me ha dado la dirección de e-mail y teléfono de un hombre que alquila casas y habitaciones. Me ha dicho que lo llame y que le diga que soy del club, que quizás él pueda ayudarme a encontrar la vivienda que estoy buscando.

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